Hace poco más de un mes cambié los días de sol en España, para embriagarme del verde casi fluorescente y ese constante olor a tierra húmeda de la provincia de Güeldres en Holanda. Es en esa provincia, donde estoy haciendo mi servicio de voluntariado europeo.
Trabajo como voluntaria en un hogar tutelado para menores con trastornos en el desarrollo intelectual. El edificio está ubicado en Vierakker, que traducido del neerlandés significa “cuatro granjas”. El nombre es de lo más adecuado, teniendo en cuenta que se pueden ver latifundios con alguna granja, animales pastando, una cafetería con un extraño horario, un bar donde van los granjeros al atardecer y una panadería artesanal que te hace olvidarte de todas las calamidades del día a día. Siguiendo con la descripción del sitio, el edificio es una antigua casa señorial considerada de interés histórico por el gobierno holandés, junto a ella hay una iglesia neogótica “Sint Willibrorduskerk”, financiada por el propietario original de la vivienda debido a que su esposa por su delicada salud no podía desplazarse a misa.
Mi labor como voluntaria es ayudar al mantenimiento de la casa y realizar actividades con los niños. Afortunadamente, la organización tiene pocos niños, amplios espacios para actividades y suficientes recursos para poder dar una atención más personalizada a cada usuario. La jeraquía de las relaciones interpersonales en la residencia, se rije por mostrar un rol de familia y una actitud cercana hacía los residentes. Además en la elaboración del menú, se tiene en cuenta una dieta ecológica y basada en el comercio local, puesto que estamos rodeamos de ambiente muy agrícola. Otro de los factores carácteristicos de la organización es su religiosidad católica, hay que rezar antes y después de cada comida, pero eso no supune que deje de ser un lugar integrador o tolerante. Relacionado con esto último, en el círculo de compañeros o profesionales ocasionales existe una gran comunicación y dinamismo.
Sobre el país, el ritmo social es más relajado que en España. De hecho, al principio las personas parecen un poco distantes e individualistas, en efecto lo son, pero también son muy educadas y nobles. Una de las cosas que más me soprendió fue la falta de ruido en los lugares públicos y el amor a las tinieblas, con ello me refiero que no encontrarás verjas o persianas bajadas en las edificaciones. En la población holandesa, hay una costumbre que consiste en tener una atmósfera acogedora, por este motivo, puedes ver las velas y diferentes tipos luces encididas en los domicilios, en ese aspecto les gusta mostrar un aptitud abierta, mientras que las calles están poco iluminadas al igual que los restaurantes para mantener la sensación de nocturnidad. Pero la impresión que transmite es de seguridad y bienestar, ya que puedes ir con transporte público, en bici o acompañado de tu mascota al cualquier parte.
En conclusión, fue díficil adaptarme a los horarios y al clima de los Países Bajos. Pero sin duda, creo que fue la mejor decisión que tomado nunca. No tengo el estomago lleno de volátiles mariposas, sino de al menos seis variedades de queso conviviendo con despreocupados tulipanes.
Marianne López Griñón, voluntaria de SVE