Llegué a El Cairo el 11 de julio, tan solo unos días después del golpe militar que cercenó de cuajo el pescuezo del gobierno del rais Morsi. Para ser sinceros, llegué preocupado. Cientos de muertos, ambiente revolucionario, protestas, choques entre partidarios y detractores de los Hermanos Musulmanes, caos y crisis institucional generalizados, juntas militares, ley marcial… Y, sobretodo, la amenaza de una guerra civil, que pendía sobre la cabeza de ochenta millones de egipcios recordando a la espada de un tal Damocles.
Julio CaballeroMi primera impresión fue de asombro; asombro motivado por las carencias a nivel de infraestructuras y la carestía generalizada en comparación con la opulencia de nuestra burbuja. Uno se prepara para ello, sabe dónde va, lo hemos visto miles de veces en la TV… Pero, no tengan dudas, la realidad supera ampliamente a la ficción.
No tardé en entrar en contacto con gente de allí. Gente de muy diversas procedencias y estratos sociales. Educados e iletrados. Todos ellos convergían en algo: la hospitalidad. El agradecimiento, casi divino, que te muestran, pues en estos tiempos no son muchos los que se aventuran a visitarles. Esta forma de ser de los egipcios me hizo sentirme realmente “como en casa”, salvo que en esta ocasión es verdad.
Pronto me di cuenta de que aquella amenaza de la guerra civil, anclada en mi intelecto por intercesión directa de los medios de comunicación, no era tal. Primero, porque 30 minutos de disertación con ciudadanos egipcios te muestran que a nivel social no existe tal polarización a nivel generalizado. Segundo, porque la oposición a la transición, el llamado otro bando, no representan más que 1 millón de exaltados, dentro de una sociedad de 80 millones de ciudadanos. Y tercero, porque el ejército, considerado desde los tiempos de Nasser como el auténtico defensor de la soberanía popular y muy estimado por los egipcios, tal vez demasiado, es férreo, está unido y tienen la situación perfectamente controlada.
Y digo demasiado porque, a pesar de ejecutar la voluntad de más de 40 millones de egipcios que salieron a las calles pidiendo la dimisión del rais Morsi, y de haber nombrado un gobierno de transición que culmine en la celebración de nuevos comicios y la implantación y consolidación de un sistema democrático, y que cuenta con ilustres como Adil Manssur o el premio Nobel de la Paz, Mohamed el-Baradei, la sombra de la dictadura planea de nuevo sobre el espíritu creciente de libertad que tanto costó conquistar. El poder es muy tentador, ya se sabe. A los egipcios, y sólo a ellos, corresponde decidir sobre el futuro del país.
Llegué a Egipto asustado, temeroso; me voy lleno, feliz y esperanzado.He crecido en Egipto. Han sido solo 21 días, cierto, pero no es el tiempo exclusivamente, sino las experiencias las que te hacen evolucionar y aprender. Siento que vuelvo más completo, a todos los niveles: he dejado amigos, formidables personas que estoy seguro que volveré a ver en el futuro y con los que podré contar cuando aquella encrucijada llamada vida disponga que debo encontrarlos.
Llegué a Egipto asustado, temeroso; me voy lleno, feliz y esperanzado. Gracias, Egipto, por hacerme mejor.