Viajar a Tanzania. Viajar para aprender

Viajar a Tanzania

Soy Ana Eseverri, directora general de AIPC Pandora, entre las multiples tareas que realizamos, hay una imprescindible que es visitar los proyectos en terreno y en este caso fui, con Hugo y Juliette, mis hijos, a ver los proyectos en Arusha y Zanzibar en el maravilloso, pero muy difícil país de Tanzania. En este artículo quiero compartir contigo mi experiencia, destacando los efectos positivos que provoca viajar para el desarrollo cerebral de los adolescentes.

 

Aprender de los que lideran sin más recursos que su compromiso

 

Tanzania no es solo un destino exótico ni un lugar para “ver mundo”. Es un país donde la renta per cápita apenas alcanza los 1.060 € anuales, (en España supera los 30.200€) y sin embargo, es también un país lleno de personas extraordinarias. Personas como Charles Mazulla, un hombre que ha cumplido su sueño: fundar una escuela donde cada día estudian 340 niños y niñas. De ellos, 69 viven en el internado que él mismo ha construido y en el que la mayoría acceden gracias a algún tipo de beca.

 

Charles no solo dirige la escuela. También vive allí con su mujer, sus dos hijos y otros diez niños que ha acogido en su propia casa. Niños y niñas que han perdido a sus familias o que provienen de contextos en los que vivir en casa simplemente no es una opción segura. Para Charles, todos ellos son su responsabilidad. En un país donde no existen servicios sociales ni un sistema de reparto fiscal, es la acción individual – y colectiva – la que marca la diferencia entre salir adelante o no. El problema de Charles no es idear un modelo educativo, que también, pero la urgencia es llegar a fin de mes mientras mantiene a más de 40 niños internos, a su familia directa y su adorada escuela.

 

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Aprender de los líderes de la sabana

 

En Tanzania, viajar también es observar. Ir de safari (sostenible) puede ser una lección de liderazgo y supervivencia si se va con los ojos bien abiertos. Ver a una manada de más de 60 elefantes siguiendo a una sola elefanta no es una imagen para las redes sociales: es una metáfora viva del liderazgo silencioso, instintivo, eficaz. Ella busca agua y alimento. Ella protege. Ella guía, ella echa a los elefantes machos, a los 20 años, cuando ya se pueden cuidar solos.

 

Viajar así es aprender que liderar no siempre es mandar, sino acompañar, cuidar, anticipar. Es recordar que en la naturaleza no hay discursos, pero sí decisiones que salvan vidas. Y que esas decisiones se toman desde la experiencia, la intuición y el compromiso con el grupo.

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Aprender de los sistemas ancestrales

 

Los masáis, pastores ganaderos de tradición nómada, mantienen todavía formas de vida profundamente arraigadas en su historia y entorno. Viven en Bumas, grandes comunidades familiares donde un solo hombre puede tener muchas esposas y, en consecuencia, decenas de hijos, que sirven para cuidar ganador, cuantos mas hijos, mas ganado y por lo tanto, más ingresos para el clan familiar. En estas estructuras ancestrales, las mujeres – aunque sin poder formal – son quienes sostienen la vida cotidiana, la salud emocional de los suyos, la organización colectiva. Se enfrentan, en muchos casos, a prácticas como la mutilación genital femenina, pero también ejercen una solidaridad activa que, en muchos aspectos, contrasta con los modelos más individualistas que dominan en Occidente.

 

Viajar a lugares así es enfrentarse a nuestras propias contradicciones. A la vez que observamos prácticas que rechazamos desde un marco de derechos humanos, también descubrimos una lógica de cuidado colectivo que muchas veces hemos olvidado.

Aprender a relativizar nuestras necesidades

 

En Europa, ir al psicólogo, por ejemplo, se ha convertido en una necesidad legítima y, en muchos casos, urgente. Pero en Tanzania, plantearse ir al psicólogo es una quimera. Allí, salir adelante cada día es la prioridad. Y sí, se puede discutir sobre el bienestar emocional como un derecho, pero también es importante revisar qué consideramos esencial cuando el contexto cambia radicalmente.

 

En conversaciones con amigos locales me comentaban lo que a sus ojos es ridículo de ver perros con abrigo, mascotas en peluquerías o incluso en terapia. A sus ojos, no resulta extraño que seamos percibidos como excéntricos, si no directamente absurdos. Viajar nos ayuda a observarnos desde fuera, a cuestionar nuestro estilo de vida, nuestras prioridades y también nuestros privilegios.

 

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Viajar para ampliar la mirada

 

Viajar transforma porque nos obliga a cuestionarnos todo. A salir de la zona de confort, a replantearse lo aprendido, a mirar de frente lo que no se quiere ver. Nos permite apreciar lo que tenemos, pero también imaginar nuevas formas de vivir, de convivir, de liderar.

Porque sí, en Europa hemos construido una cultura del esfuerzo y la previsión. Sabemos planificar, ahorrar, proyectar. Pero a veces olvidamos que hay otros mundos, donde el presente es la única certeza, y que esa diferencia marca cómo se vive, cómo se sueña y cómo se educa a las siguientes generaciones.

 

Viajar para aprender no es un eslogan. Es una necesidad urgente si queremos educar a jóvenes capaces de entender el mundo más allá de sus fronteras. Si queremos que nuestros hijos e hijas aprendan a mirar con empatía, con pensamiento crítico y con capacidad de acción. En AIPC Pandora lo sabemos bien: el viaje es solo el inicio del verdadero aprendizaje.

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