Love at first sight: Microproyecto de Cooperación en Ghana

No hubo tiempo para pestañear. Cuando a las 7 de la tarde del viernes en el aeropuerto nos disponíamos a embarcar no podíamos imaginar que cuando nuestros ojos volviesen a cerrarse Ghana ya seria parte de nosotros. Y tanto, tras una larga travesía, escala en la romántica Casablanca incluida, Accra amanecía para darnos la bienvenida.

Apenas nos sosteníamos despiertos a las puertas de salida del aeropuerto cuando un risueño Obibini (asi se conoce en la lengua local a aquellos que tienen el privilegio de haber nacido sin necesidad de cocerse al sol para lucir un moreno intenso de por vida) se nos aproxima. Por fin conocíamos al extraordinario hombre del que a buen seguro mucho hablaremos en siguientes entradas del blog. Frank es nuestro contacto en Ghana quien, a través de su pequeña ONG, se puso en contacto con AIPC Pandora para dar vida a este microproyecto.

En ese preciso momento, todos pudimos sentir su vitalidad y determinación. Incluso a pesar de adelantarnos que el descansar se pospondría indefinidamente, también nos conquistó. Fue subirnos a la mini furgoneta que nos transportaría a Klagon (barrio de Accra donde Frank vive y trabaja) y el cansancio paso a un segundo plano para todos nosotros. Quien dijo sueño cuando las ventanillas nos presentaban un mundo nuevo. Cierto es que los baches de la carretera y el espíritu de conductores de rally de los ghaneses también ayudaron a despejarnos.

El primer día en Accra fue el despertar de todos nuestros sentidos. Al poco de llegar a casa de Frank, conocimos a Sofia, que colabora desde hace tres meses como voluntaria europea en la escuela pública del barrio. Con su guía paseamos por las calles cercanas y pronto entendimos que la vida no se puede explicar en Ghana bajo nuestras lentes norteñas. A modo de ejemplo, todos quedamos impactados de conocer la escuela destartalada donde los chavales acuden a clase, a pocos metros de una suntuosa iglesia.

Los estudiantes de la Universidad Europea de Madrid concluían su microproyecto con la celebración de un campeonato de fútbol entre equipos de Gomoa y Klagón. Conocerlos fue reconfortante para nosotros, rebosaban alegría por la excelente experiencia que habían vivido durante las pasadas semanas.

Las siguientes horas transcurrieron alrededor del campo de fútbol y, posiblemente, fuese entonces cuando empezamos a perder la noción del tiempo. Cada instante era eterno. Mirases donde mirases, el recibimiento era extraordinario. Podía incluso parecer que todos nos conociesen y hubiesen estado esperando nuestra llegada como el viejo amigo al que hace mucho tiempo que no ves. Nuestras cámaras trajeron risas, los chavales de Klagon se revelaron como auténticos fotógrafos en potencia. Y casi sin darnos cuenta, como ninguno hubiese podido imaginar jamás, nos empezamos a sentir parte de esa comunidad.

En nuestra memoria quedaron inmortalizados infinitos momentos; Esther echándose la siesta con una niña en su regazo, Antonio presumiendo de habilidades futbolísticas con los pequeños de lugar, Elena incluso recibió propuesta de matrimonio, Eva “prestando” sus gafas a una niña, yo, Héctor, jugaba al escondite con una docena de chavales… El hambre, sueño, mosquitos, calor eran secundarios embargados por la emoción de compartir, descubrir, hablar, entender…

La noche puso el colofón mágico. Hechizados por el ritmo de los tambores, la danza inimitable de todos ellos y los saltos a la hoguera finalmente nos ganamos el descanso de un largo día para el recuerdo.

El domingo quisimos aprovechar para conocer otros puntos de la capital. Nuestro primer regateo con los taxis nos llevó al pequeño barrio pesquero de Jamestown. Bajo el faro que preside la barriada, nos empezamos a sentir algo incómodos. Si bien Klagon carece de las infraestructuras y servicios propios de un lugar desarrollado, James Town es un barrio rozando condiciones insalubres. Sus gentes no acogen como estábamos acostumbrados a Obrunis que quieren pasearse por la “exótica pobreza”. Ante dicha ligera hostilidad, pactamos con Mustapha, uno de sus habitantes para que fuese nuestro guía por la zona. Descubrimos gentes afanadas a oficios en torno a la pesca, grandes barcazas que cada mañana zarpan y vuelven con las capturas, y continuamente la sensación de ser intrusos en su cruda realidad. Por doquier sus miradas nos decían que aquel no era nuestro lugar, que no quieren que les recordemos con nuestra presencia la fortuna de haber nacido en un lugar que nada tiene que ver con el suyo.

La subida al faro nos aportó la foto global, y completó la sensación compartida de choque ante la expresión más amarga de la pobreza. Desde arriba y conversando con Mustapha, nos percatamos con la profundidad del que lo acaba de ver, de lo que Amartya Sen llama falta de oportunidades.

Más tarde, encontramos un restaurante italiano en otro barrio de Accra donde compartimos mesa con dos personas que nos aportaron su experiencia y vivencias, resultando de gran ayuda para aproximarnos al microproyecto. Por un lado, Miguel trabaja en la oficina comercial española en Ghana como becario del ICEX. Sus pistas sobre lo que un español ha de entender para poder formar un negocio en este país y pequeños trucos sobre como se funciona a este nivel y otros más culturales serán cruciales para nosotros. En segundo lugar, Kosi resultó un diamante en bruto. Ghanesa de origen, abandonó el país para formarse en Reino Unido y Estados Unidos. Creó una consultora que hoy dota de estructura a pequeños negocios agrícolas como pueda ser el del aceite de palma de las mujeres de Gomoa. Su carisma y determinación nos impresionó y seguramente será un contacto muy recurrente en nuestras posteriores vicisitudes.

Tras los dos primeros días, todos hemos caído enamorados a primera vista de Ghana;

Con la ilusión más viva que nunca, desde Accra;

Ye be chia ekyere (Hasta pronto!)

Next stop: Gomoa!

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