«Gracias, Sudáfrica, por enseñarme a escuchar el latido de tu corazón»

Dicen que una de las partes más hermosas de un viaje es el momento previo. De preparación, de expectación, de imaginación desatada. En mi caso, no tuve tiempo de crearme ninguna expectativa. La vida de un estudiante español medio está imbuida de la tremenda instantaneidad que nos impone un entorno cada vez más exigente.

Dicen que una de las partes más hermosas de un viaje es el momento previo. De preparación, de expectación, de imaginación desatada. En mi caso, no tuve tiempo de crearme ninguna expectativa. La vida de un estudiante español medio está imbuida de la tremenda instantaneidad que nos impone un entorno cada vez más exigente. Mi vida este año, al igual que la de la mayoría de mis compañeros de
segundo de bachillerato, ha estado desprovista de la necesaria reflexión e introspección que toda persona necesita. Especialmente para aquellos que todavía están tratando de perfilar mínimamente quiénes son. No obstante, gracias a eso, Sudáfrica se abrió ante mí como un regalo, lleno de una inesperada amplitud.

 

 

Mi estancia allí estuvo compuesta de una infinidad de pequeños momentos que necesitarían de cientos de páginas para ser contados. A veces era la mirada de un niño cuando me agachaba para darle de comer. Otras, las nubes sorteando las montañas, que nos observaban pacientes desde lo alto. El esfuerzo por acostumbrarte a un lenguaje de chasquidos, una niña de siete años, que carga un bebé en la espalda. Un incendio, una lluvia torrencial. Abortos, rápidos y baratos. Madres de dieciséis años, o el color negro de la pobreza en los dientes. Los pies de los niños, levitando al ritmo de los tambores. Todos, y cada uno de ellos se entrelazan con una armonía propia que nunca podré llegar a plasmar aquí. Algunos de ellos permanecerán inamovibles en mi memoria, pero otros se perderán. Y aunque me duele pensarlo, me consuela saber que la travesía no ha sido en vano. Sí, el viaje es importante, pero el verdadero cambio empieza aquí.

 

 

La vuelta a casa fue lo más duro. En Sudáfrica había conocido personas increíbles, con las que no sólo había aprendido de los demás, sino que me habían mostrado aspectos de mí misma que aún estaban por explorar. Te acostumbras con tanta facilidad a crecer cada día, a sorprenderte, a maravillarte con los detalles; que cuando vuelves a casa y todo es conocido de nuevo, parece que tu realidad ha perdido la magia. Hay que saber hallar lo hermoso en lo cotidiano. Después de esta experiencia, me he dado cuenta de que la vuelta a casa no significa dejar atrás lo vivido, sino incorporarlo a nuestra mirada. Lo que antes se contemplaba con una visión reducida ha adquirido ahora una nueva perspectiva, gracias a los ángulos de la vida y el trabajo en Sudáfrica. Lo que de vive allí nunca podrá ser ignorado. Ya Heráclito describió a la perfección esta extraordinaria transformación: “En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos”. No son solo las aguas del río las que cambian día tras día, sino que tampoco nosotros somos los mismos al volver a bañarnos.

 

 

Personalmente, la estancia en Sudáfrica me ha servido tanto para abrir nuevas incógnitas y planteamientos como para reafirmar algunas de las ideas que ya se habían ido gestando a lo largo de mi vida. Ahora estoy más segura que nunca de que la impasibilidad y el conformismo occidental nos están asfixiando. Sí, tal vez disfrutamos de toda una montaña de privilegios que la gran mayoría de los habitantes del planeta nunca conocerán, pero nos estamos convirtiendo en una sociedad desprovista de ética, de tradición, de unas raíces que nos anclen a una tierra que, con una indiferencia pasmosa, destruimos cada día. Presumimos de libertad, de progreso, de una supuesta superioridad que nos vuelve ciegos ante una injusticia y un sufrimiento del que, irremediablemente, somos cómplices. Hemos perdido la capacidad de asombrarnos con los pequeños detalles, con los momentos sencillos. No cabe duda, no somos libres. Nos hemos convertido en esclavos del egoísmo, de la individualidad y del cinismo. Duele darse cuenta, y duele admitirlo, pero al menos ahora soy consciente de que esas cadenas están ahí. Y aunque aún no tenga forma de romperlas, no pierdo la esperanza de encontrar una llave para abrirlas.

Si tuviera que dar algún consejo para próximos participantes sería este: aprende a mirar las cosas como si fuera la primera vez. Busca algo con lo que maravillarte cada día y rétenlo en la retina. Si haces esto, muchas de las cosas de las que te des cuenta durante el viaje, y tras tu regreso a casa te causarán un conflicto con tu realidad cotidiana. Situaciones que antes vivías con perfecta normalidad empezarán a resultarte incómodas, violentas o incluso insoportables. Es normal, no debes alarmarte. Significará que el viaje ha valido realmente la pena. Te recomiendo que exteriorices tus reflexiones de alguna manera. Tal vez escribiendo, o dibujando, o parándote a mirar todas las fotos que hayas hecho en el viaje; eso no importa. Pero hazlo, porque cuando consigas comunicar todas esas experiencias podrás empezar a alentar un cambio a tu alrededor.

 

 

Y así, cuando menos te lo esperes, te darás cuenta del latido bajo tus pies. De repente, el mundo respirará, vivirá y morirá a tu alrededor. Escucharás un golpe detrás de otro, como un tambor. La belleza se te manifestará en miles de caras, en millones de pequeños instantes que pasarán y dejarán un rastro difuso tras de sí. Dos golpes, silencio, y una nueva repetición. Un nuevo latido. Y tú, en medio del loco frenesí de la sucesión de los días, te darás cuenta de que puedes dejar de ser un simple espectador. Yo ya lo he hecho. Gracias, Sudáfrica, por enseñarme a escuchar el latido de tu corazón. Ahora soy consciente de que dar el primer paso depende solamente de mí.

Andrea Ixchel Martínez Marcos
Programa Juventud&Liderazgo 2019
VIS Sudáfrica

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