Akunando bature,
De todas las preguntas que me hicieron sobre mi experiencia, la más difícil de contestar, es la más simple: qué me ha parecido el voluntariado. Cada vez que la contesto, casi sin pensar, mis cuerdas vocales vibran una respuesta completamente distinta a la anterior.
Mi bagaje ha vuelto con sobrepeso, no de ropas, sino de conocimiento tanto intelectual como emocional. El hospital nos enseña la importancia de la higiene, sobre todo el lavado de manos. El olor que emanan las habitaciones enfatiza la necesidad del agua encanada. El trato médico-paciente nos hace entender porque nos dan tantas clases de psicología médica. La manera de trabajar de los profesionales nos da una lección de que todo se puede hacer, a pesar de no tener los recursos adecuados.
El caminar por las calles del pueblo, a pesar de hacernos sentir como si fuéramos la realeza, saludando a todo y a todos, nos lleva a reflexionar que la felicidad no depende de un bien material. Los juegos con los niños por la tarde nos enseñan que no hace falta aprender otro idioma para establecer una comunicación entre dos personas, los gestos y expresiones faciales se bastan por sí solas.
Los días pasados en el orfanato con niños discapacitados físicos y mentales rompen las barreras del miedo, de la adversidad y del preconcepto. El impacto del inicio es imprescindible para aprender a no tener repulsión y a querer a cada uno tal como es. Los niños también nos enseñan la importancia de la atención afectiva, para ellos tener alguien que los escuchase, abrazase y jugase con ellos, fue como ganar la lotería. Por esto, el momento más triste de todo el viaje, fue su despedida, sus llantos nos rompieron el corazón.
Las condiciones en las que vivimos, a pesar de haber sido una de las mejores, nos enseña a adaptarnos a cualquier situación. Las duchas de cubo, los insectos y los ratones pasan a ser partícipes de nuestras memorias de África. A ellos se suman las condiciones de las carreteras, la mayoría sin asfaltar, y el tránsito, en el cual, si te quieres mover, es mejor tener un buen claxon.
Así, tras vivir una experiencia única, puedo decir que aprendí a colocar las gafas de un nativo, con esto mi voluntad de ayudar tanto en otros países como en el mío, ganaron vida propia. Tras volver a España, puedo asegurar un cambio imprescindible en mi vida tanto profesional como personal.
Lo único que puedo decir a todas las personas que conocí por el camino y a las pocas a las que intente ayudar es Na siara.
Na nuki Benin
Gabriela Luciano Betini
Alumna de 4º de Medicina de la Universidad Europea e integrante del grupo que ha viajado este verano a Benín para participar en un proyecto cooperación y educación internacional con niñas/os abandonados discapacitados mentales y físicos