El último sello en el pasaporte nos ha dejado el alma llena de historias bonitas y vivencias inolvidables. Trabajar como voluntaria en Tailandia colaborando en la rehabilitación del entorno de una escuela rural para niños de familias sin recursos y apoyar en las clases de inglés de otras dos escuelitas y un instituto en el área de Singburi para hacer de la comunidad un lugar mejor y más organizado para vivir resulta una experiencia 100% satisfactoria y positiva.
Interactuar con los nativos para aprender acerca de las antiguas tradiciones y los típicos matices culturales ha sido otro de los regalos de la experiencia tailandesa. Hay mil formas de conocer mundo y de vivir la experiencia de un viaje, pero, sin duda alguna, una de las más gratificantes y a su misma vez inolvidable es la de viajar como voluntario.
En el área de educación, el programa de AIPC Pandora en colaboración con la organización local Green Lion incluía dar soporte a diferentes proyectos en escuelas locales de primaria y secundaria Singhapahu, Anuban Promburi y ThaChang para alumnos de 6 a 15 años. Algunas de ellas prestan atención a niños desfavorecidos, que viven en los suburbios y cuyas familias no pueden garantizar sus derechos infantiles. Es el caso de Temple Schooll, donde los voluntarios desplazados desde España tuvimos la oportunidad de contribuir en los trabajos de construcción y renovación del centro.
Estas escuelas proporcionan, además de educación, protección y cobijo a los pequeños monjes, que únicamente vuelven a casa dos veces al año (abril y octubre). Allí llegan niños de las provincias de Chang Rai y Tak, al Norte del país. Son hijos de las tribus y carecen de cualquier tipo de identificación. Técnicamente son ilegales en su propio país y además de la educación que les proporcionan en Temple School, logran el derecho de ciudadanía además del acceso a servicios básicos de salud.
La experiencia en las clases de inglés también ha sido altamente satisfactoria. No por haber logrado los objetivos de un curriculum educativo, que sería lo esperado en este otro lado del planeta. Allí, el mayor de los éxitos en la formación es motivar a los niños a participar en clase, hacerles sentir importantes. Rápidamente toman asiento para dar los buenos días y agradecer la presencia de los voluntarios en clase. Todos quieren demostrar el nivel de inglés que saben, el abecedario, los números, nombres de frutas, animales, vegetales, ropa… y celebran que unos extranjeros que poco o nada tienen que ver con su cultura hayan querido dirigir por unas semanas esas clases de inglés.
Tailandia es y será siempre un lugar para recordar pero también para difundir. Merece la pena, no por esas estampas idílicas de las postales de viaje, sino por sus gentes, que son quienes llenan de vida estos lugares. Al final del proyecto, la sensación es que el tiempo ha pasado volando. Nosotros no hemos cambiado nada allí –tampoco lo pretendíamos- pero ellos sí nos han cambiado, y mucho. Nos han hecho sentirnos parte de su comunidad, ver a través de sus ojos y vivir sus sueños e ilusiones.
No existe mayor recompensa de estas tres semanas de desconexión, aventuras y aprendizajes que abandonar los cánones de una vida estable y no ponerse límites. A nada. Arremangarse y aprender con esos pequeños héroes que nos encontrábamos cada día en la escuela para darnos pequeñas lecciones de vida que nos acompañarán para siempre. Gracias a Phill, PiWan, Betty… y a toda la familia de Green Lion por habernos permitido compartirlo. ¡Volveremos a encontrarnos, seguro! Al fin y al cabo, uno nunca se va de los lugares donde ha sido feliz.
Jiménez Covadonga | Voluntariado Internacional en Tailandia