«Lo que he vivido en Tailandia no lo volveré a sentir jamás»

La experiencia como voluntaria en Anubaanbaantormuanglang School ha sido, sin lugar a dudas, la mejor de mi vida. Soy profesora de inglés desde los 16 años (ahora tengo 23), y 7 años de docencia directa son más que suficientes para saber que aprendes más enseñando que estudiando. Después de tantos años de carrera universitaria y Máster, profundizando en los pilares de la educación, creía tener el tema bastante por la mano, pero no ha sido hasta participar en el Voluntariado Internacional en Tailandia que me he dado cuenta de lo que es verdaderamente esencial en el mundo de la docencia: para transmitir un valor o un conocimiento, la comunicación verbal está de más. La única vía es mediante el afecto, el cariño, la cercanía y el Amor.

Soy consciente de que puede sonar típico y utópico pero este verano lo he visto muy claro. Ser española y enseñar la lengua inglesa a un alumnado de habla tailandesa, es misión imposible si no tienes vocación por los niños. Para que aprendan, hay que llegar a ellos, y por temas lingüísticos, mediante palabras y explicaciones no es factible. Es cierto que a veces me sentía impotente porque no podía decirles lo guapos que eran, lo bien que se comportaban, o cuánto los quería ya que llegaba un momento que los gestos y los signos de aprobación no daban para más. Pero lo que nunca fallaba eran los abrazos. He vivido momentos muy emocionantes en que nuestra comunicación afectiva expresaba mucho más que cualquier tipo de explicación y es por ello que mi recuerdo de Chiang Mai siempre va a ser  el llegar a clase y ser recibida por una decena de niños que se desvivían por ser los primeros en llegar a mí, en recibir mis besos de buenos días.

Marta Oreja

Es obvio que Tailandia es un país exótico maravilloso, de selva densa y tropical, playas espectaculares, paisajes alucinantes, y fauna estremecedora. No obstante, a pesar de ser el destino turístico que llevo recomendando desde el primer momento en que me recibieron con sus sonrisas inolvidables, lo que me llevo del país es la generosidad de los niños. La generosidad con que me acogieron, ofreciéndodome sus plátanos del desayuno cada día; lo apreciada que me hacían sentir, dibujándome rodeada de corazones en la pizarra; lo serviciales que se mostraban en cada momento, recogiéndome los libros y folios y llevándome la mochila de clase en clase; lo encantadores que eran, brindándome sus sentimientos con florecitas que recogían del patio de la escuela. La verdad, lo que he vivido en Tailandia no lo volveré a sentir jamás, estoy segura. Fue muy especial. Por mucho que quiera describirlo, no puedo transmitirlo de la misma manera que lo siento yo. Pero quiero decir que agradezco miles de veces haber elegido un país de habla no española y haber podido vivir algo tan sentimentalmente intenso.

Mi mayor deseo sería ahora mismo poderles decir cuánto los quiero y qué feliz me sentí en su escuela. Daría cualquier cosa por poder transmitirles este mensaje, pero me consuelo pensando que tal vez, con mis repetidas muestras de amor, ya lo entendieron en su día.

Marta Oreja

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