No se lo puede creer. Hace una semana que está en Malí y se encuentra como en casa, con la sensación de llevar meses en su nuevo hogar. Séyô supone que es por el ritmo tan frenético que lleva que, pese a que no es tan rápido como en su país, no es nada rutinario. Le proponen actividades diferentes e interesantes, con las que se integra fácilmente. Hoy ha pintado dos aulas de la escuela por dentro. En principio, programaron más días para ello, pero en unas horas, gracias a muchos jóvenes del poblado, todos ellos enormes, limpiaron la cara de la escuela como si fueran nuevas. No continuaron con las demás por acabarse la pintura. Cuando terminaron se pasaron por la aldea para saludar al Konaté, que no se encontraba bien de salud.
Microproyecto de MalíLa reunión improvisada resultó interesantísima, con una voz grave y pausada sobre la aldea, sus costumbres, rivalidades, progreso y otras cosas curiosas, como que todavía conserva el anillo de esclavo de su bisabuelo. Por la tarde, marcó las zonas donde plantarían flores al día siguiente, ayudó a colocar el nuevo mástil de bandera y todos recogieron en montones las plantas arrancadas dos días antes. Al llegar a la sede se duchó y disfrutó de una charla entre la puesta de sol y la salida de una gran luna naranja. Con el cielo casi despejado, Ba, el cariñoso hijo de la cocinera, se subió sobre sus rodillas, miró al cielo y, señalando a las estrellas, levantó una mano y dijo «loló». Después se quedó dormido.