ntramos en el mes de marzo, y ya se puede afirmar sin lugar a dudas que 2011 quedará en los libros de Historia como el año de las revueltas en el mundo árabe. Tiempo habrá para ver qué cambia realmente con los nuevos gobiernos surgidos de los levantamientos populares, pero mientras, ya podemos tachar a dos dictadores de la lista internacional: Ben Ali (Túnez) y Mubarak (Egipto). Eso siempre es una buena noticia.
Ahora los focos se centran en Muamar el Gadafi, quien gobierna con mano de hierro Libia desde hace… ¡¡42 años!! Como ya dijimos en nuestro primer artículo sobre las revueltas en el norte de África, cada país de esta zona posee unas características propias que conducirían la revolución en sentidos diferentes y hacia consecuencias distintas. En Libia, esa característica propia se llama Gadafi, y esa consecuencia distinta, guerra civil.
Porque nos encontramos ante un dictador particular, excéntrico como ninguno y cínico como el que más. Tanto que creó en 1977 el régimen de la jamahiriya, que es una especie de república de las masas; obviamente, él es quien controla totalmente el sistema, pero de una forma que le “permite” presentar a los libios como culpables si no funciona. A todo ello, claro está, hay que sumarle el resto de atributos propios de los dictadores más sanguinarios, como ha quedado demostrado una vez más con la brutal represión armada con que ha respondido a los levantamientos. Esto ha provocado una situación de guerra civil en el país, en el que los dos bandos luchan por controlar cada ciudad. Lo dicho, una consecuencia distinta.
Lo que ofrece de nuevo (y triste) la revuelta de Libia con respecto a las de Túnez y Egipto es que las dos anteriores se plantearon por parte de la población como revueltas pacíficas y la actuación de los gobiernos derrocados permitió que así fueran, defendiendo así una actuación civil sin armas y con muchos valores. La población libia (“los rebeldes”, como se empeñan en llamarlos los medios de comunicación) no está pudiendo seguir el ejemplo de tunecinos y egipcios, ya que el régimen es otro y el dictador emplea la violencia, lo cual obliga al pueblo a defenderse. Una guerra clásica.
Otra vertiente de la misma actualidad: ¿qué pasará con el petróleo?
Mientras las revueltas sociales continúan, nos gustaría hoy fijar nuestra atención en el petróleo y las consecuencias que la situación geopolítica del norte de África y Oriente Próximo está teniendo y tendrán sobre él.
Durante las últimas semanas se ha producido una escalada en el precio del barril de petróleo que ya se nota en cosas tan cotidianas como el precio de la gasolina, que ha alcanzado y sobrepasado con amplitud en pocos días su máximo histórico. En un contexto de crisis económica como el actual, esta alza supone un nuevo gasto extra que añadir a los bolsillos de los consumidores, que además se ve reforzado por los incrementos tributarios realizados por el Gobierno español hace unos meses, como la subida en dos puntos porcentuales del IVA.
Pero dejemos el análisis de esos datos para los expertos económicos y los medios especializados. Aquí lo que nos interesa es fijarnos en otros aspectos. Empecemos por el principio: ¿cómo es posible que hayan podido permanecer durante décadas tantos dictadores en los sillones del poder del norte de África y Oriente Próximo? A nadie escapa que el apoyo (aunque fuera en forma de falta de medidas contra estos regímenes) de las democracias occidentales ha sido fundamental para ello. Y la razón responde a un “pacto tácito” no escrito bien claro: yo no tomo medidas contra ti, tú no me pones trabas para utilizar tus recursos naturales. ¿O acaso podemos pensar que es casualidad que la mayoría de estos países que ahora luchan por sacudirse a sus respectivos dictadores se cuentan también entre los principales productores de petróleo y gas natural del mundo? Una situación de estabilidad política (aunque sea con dictadores al frente) es favorable para una extracción tranquila, continua y barata de estos recursos.
Las revueltas de este 2011 están cambiando las reglas del juego, y habrá que ver hacia dónde nos conduce todo esto. Porque lo que está claro es que los nuevos gobiernos democráticos que surjan de las revueltas querrán lograr el máximo beneficio para su país y sus ciudadanos (o así debería ser para ser verdaderamente democráticos), lo que conlleva ineludiblemente acabar con la explotación indiscriminada de sus recursos por países extranjeros, encareciéndola en su beneficio. Por supuesto, a esto habría que añadirle después que los beneficios obtenidos con estas nuevas medidas deberán ser invertidos en mejoras sociales para los ciudadanos, y no para llenar el bolsillo de los cuatro gobernantes como sucedía hasta ahora con los dictadores.
En 2006, Thomas Friedman escribió un interesante artículo en el que planteaba y demostraba una idea: el precio del crudo y el ritmo de la libertad siempre se mueven en direcciones opuestas en Estados petroleros ricos en crudo. ¿Qué quiere decir? Que según los datos de las últimas décadas analizados por Friedman, “cuanto mayor sea el precio medio del petróleo en los mercados internacionales, más se erosionan la libertad de expresión, la de prensa, las elecciones libres y justas, la independencia del poder judicial y de los partidos políticos y el imperio de la ley”. Para apoyarlo, aportaba las declaraciones profundamente dictatoriales que en aquellos años pronunciaron el presidente iraní Ahmadineyad (negando el Holocausto), Hugo Chávez (mandando “al infierno” a Tony Blair) o Vladimir Putin (que provocó la famosa Crisis del Gas con Ucrania que dejó sin abastecimiento gasístico a media Europa). Todas ellas, en un momento en que el precio del petróleo se vendía a precios muy altos en los mercados internacionales.
También analizaba Friedman, en el otro extremo, los casos de Bahrein y Líbano. El primero fue el primer país árabe de la región que celebró elecciones libres, con derecho de voto femenino incluido, y el primero en llevar a cabo una profunda reforma laboral favorable a sus ciudadanos. También es, curiosamente, el primero en el que se agotarán las reservas de petróleo.
La democracia popular de Líbano, por su parte, expulsaba de su país a las tropas sirias y se asentaba como la primera (y única) democracia real del mundo árabe… Y Líbano no tiene una sola gota de petróleo.
La diferencia que ofrece el panorama actual es que la escalada de precios no está conllevando un recorte de las libertades en estos países, sino que es consecuencia directa de la consecución de estas libertades y del clima inestable que ahora mismo reina en la región. Una vez que estos nuevos gobiernos se asienten y empiecen a funcionar con calma, será el momento de analizar en qué escenario se moverá el mundo en relación al suministro de petróleo (y también de gas natural, no lo olvidemos).
Quizás, llegado ese momento, también sea el momento de analizar si ha llegado por fin la hora de aplicar medidas que reduzcan el uso de los recursos fósiles y apostar decididamente por otras energías más limpias.