Antes de embarcarme hacia la nueva experiencia del Servicio de Voluntariado Europeo en Antalya (Turquía) intenté que mi familia se tranquilizara con respecto a la seguridad en el país. Los telediarios no fueron de ayuda en esos días. Uno de los canales de televisión más sensacionalistas no dejaba de repetir una reciente noticia ocurrida en el aeropuerto de Berlín sobre una pelea entre personas del este de Turquía y alemanes. “Son casos aislados”, dije en voz alta cuando veía la noticia por tercera vez en dos días. La mirada de mi madre no demostraba ninguna aceptación a mi frase.
La página oficial del Ministerio de Exteriores del Gobierno de España acerca de los visados para ciudadanos españoles tampoco sirvió de mucho. Mientras me preguntaba por qué los españoles teníamos que pagar visado y los vecinos franceses y portugueses no, no dejaba de leer montones de alertas: evitar los espacios con gran concentración de personas, alerta en ciudades grandes como Ankara o Estambul, evita los campos de refugiados y las zonas limítrofes con Siria, actividad terrorista, extrema prudencia en cada desplazamiento que realices en el país y para terminar “ninguna zona en Turquía está exenta de riesgo”. Vaya suerte. Había elegido un país donde tendría que estar siempre tensa, donde tendría que volver la mirada a cada paso y donde debería dudar de todo el mundo cuando saliera a la calle. “¿Esto va en serio?”, me repetía una y otra vez.
Ninguno de mis allegados parecía mostrar una opinión distinta. “Estoy harto de que siempre estés viajando a lugares peligrosos”, me escribía un amigo que me había echado de menos cuando vivía en India. “Tú no sabes lo preocupada que estuvo mamá el año pasado y el anterior cuando vivías en República Dominicana”, me decía mi hermana. “Tranquilos, estoy segura de que todo irá bien”, les decía. Tranquilos fue la palabra que más repetí a mis familiares y amigos antes de volar hacia Turquía. Repetirla era un modo también de hacerme creer a mi misma que no iba a pasarme nada. Al final, la alerta de seguridad que hay actualmente en Turquía es la misma que existe en cualquier país europeo. Nadie, en ninguna parte del mundo está exento de riesgo, ni siquiera España. ¿Acaso alguien sabía del atropello en Las Ramblas de Barcelona el año pasado o el año anterior en Niza? Así que, ¿Qué podemos hacer? ¿Dejamos de viajar?
Un mes y medio después de aterrizar en la desconocida Antalya estoy segura de que estoy tranquila. No miro atrás cuando camino sola, ni sospecho de cada desconocido con el que me cruzo. Me monto en autobuses llenos de personas y he visitado durante una semana la ‘peligrosa’ Estambul. Turquía no es la que los medios de comunicación nos describen en los telediarios. Los sucesos son la carne de cañón del sensacionalismo que no describen, ni de lejos, la realidad de este país. Antalya, la ciudad que me está acogiendo este tiempo, ha roto todos los esquemas y prejuicios anteriores. “Tranquilos, os prometo que estoy bien”, escribí a mi familia la última vez.
Irene González Dugo