Seguramente nos haya pasado a todos los que hemos hecho un viaje solidario este verano, y como dicen por ahí que suele ocurrir, te cambia el chip. Mi experiencia en Limpopo no sólo ha sido la mayor de mis ilusiones cumplida, sino que además me llevo todo un bagaje de conocimientos y experiencias que no esperaba encontrar.
Los animales pueden no saber devolvernos una sonrisa, unas palabras o un abrazo en la forma humana que conocemos, pero sí podemos intuirlo cuando de pronto sentimos el ronroneo al acariciarlos o al observar como poco a poco su cuerpo se va relajando más hasta sentir sus 70kg encima de tus pies. Con tan sólo un poco de observación, tienes la posibilidad de aprender mucho en un doble sentido no esperado: sobre ellos y de ellos.
El trabajo ha sido precioso, desde los madrugones para preparar la comida (incluida la especialización en corte de charcutería que nos traemos de vuelta!), pasando por la limpieza de jaulas y bebederos, y el acompañamiento a veterinarios; hasta el trabajo más duro para el cual necesitas tener un estómago a prueba de bombas. Y todo ello resulta aún más agradable y deja mejor sabor de boca cuando las personas que trabajan allí, con sus imborrables sonrisas, te ayudan a su vez en todo lo que tú necesites.
Pero sin duda lo más emocionante para mí fue la visita al colegio con el cual colabora el centro. Rodearte de la alegría y el cariño que los alumnos nos regalaban, tener el privilegio de ver una demostración de las danzas típicas de su cultura y además poder ser partícipe en ese intercambio cultural, fue lo más sentido de la experiencia.
Sudáfrica me ha dado más de lo que yo esperaba
Mireia Antón. Si quieres ver las imágenes de esta experiencia en Sudáfrica, entra aquí en nuestro Facebook