Un trayecto de 25 minutos por carreteras medio asfaltadas, flanqueadas por casas destartaladas y una angosta cuesta embarrada separan la actividad frenética de la ciudad de Cuzco con la cruda realidad del asentamiento de los Hermanos Ayar.
Cuando uno pisa por primera vez Hermanos Ayar le recibe una imponente e impresionante vista panorámica de la ciudad.
Microproyecto Perú 2015Esta vasta comunidad está enclavada en las faldas de las montañas que abrazan la ciudad entre los distritos de Santiago y San Pedro, una de las zonas del país con mayor porcentaje de menores en riesgo de exclusión social.
El asentamiento nació hace 20 años fruto de la inercia urbanística desorganizada latente en Cuzco. Los niños que vivían allí se dedicaban principalmente a limpiar lápidas y a malvivir en las calles hasta que Marlene Quispe se cruzó en sus vidas. Esta educadora social es actualmente la directora de la ONG Huchuy Yachaq, que en idioma quechua significa «aprender jugando», un espacio en el que los niños del asentamiento pueden desarrollar su expresividad y conocimientos, y escapar durante unas horas de una vida de adobe y violencia.
La escuela que acoge actualmente a 122 niños con edades comprendidas entre los 0 y 15 años puso su primera piedra en 2007. El proceso de construcción del local principal fue un encomiable ejemplo de trabajo comunitario. «Madres y padres cargaban con piedras y material para construir el local, y los niños prestaban libros», asegura la fundadora Marlene Quispe.
El objetivo de la ONG es prevenir la violencia y el deterioro social, dos lacras muy enquistadas en la comunidad y difícil de erradicar debido a la falta de recursos y apoyo institucional. Aún así, en los ochos años en los que el salón está activo los avances son significativos y muchos ex usuarios con los que hemos podido conversar coinciden en señalar que el mayor logro ha sido proporcionar herramientas para ser feliz. En el mundo occidental y desarrollado el concepto de felicidad se sustenta principalmente en principios materiales y expectativas cumplidas, que en zonas como Cuzco y más concretamente en un asentamiento marginal como Hermanos Ayar suponen utopías.
Aunque actualmente la marginalidad sigue presente en las angostas y empinadas calles del barrio, cerca de 120 niños y adolescentes cuentan con un lugar en el que son tratados como niños y al mismo tiempo permite a los educadores conocer los problemas domésticos para luego poder tratar con los padres posibles conflictos. Y es que la ONG no se limita únicamente al trabajo con la población infantil, sino que también busca empoderar a la comunidad, para ello también se imparten talleres de confección de diferentes productos con las madres y se mantienen encuentros con la comunidad para satisfacer las necesidades del barrio y resolver problemas familiares.
La llegada del grupo de AIPC Pandora a la escuela fue recibida con entusiasmo por los niños. Creo que la frase más repetida durante estos días por los más pequeños ha sido «¡Profe cárgame!». Un gesto tan cotidiano y simple como cargar a un niño en brazos puede suponer una buena tanda de sonoras carcajadas.
A lo largo de estos cinco días cada uno de nosotros -somos 10 personas las que formamos el grupo- hemos realizado tareas de refuerzo escolar y apoyo a las maestras responsables de cada uno de los grupos de niños. Además hemos incorporado nuevos talleres durante este mes, como baile, informática y cocina. Para sorpresa nuestra, hemos descubierto a potenciales bailarines de sonrisa comedida y cabeza gacha.
Durante nuestra primera semana en el proyecto hemos podido comprobar que el trabajo realizado hasta ahora es edificante y muy constructivo, pero aún quedan muchas necesidades por cubrir y muchos niños por sacar de las calles. Una hercúlea tarea, que al igual que en los tiempos del imperio inca se requería del esfuerzo comunitario de miles de personas para levantar las enormes y complejas construcciones arqueológicas, es necesario el apoyo de muchas manos para evitar que Huchuy Yachaq desaparezca.