Microproyecto en La Camorra. Puerto Esperanza, Cuba. Julio 2015

Quemando y viviendo.

Una semana después del regreso sigo soñando con Puerto Esperanza, su música y su gente. Experiencia terminada, despedidas hechas y maletas desechas, empiezo a digerir lo vivido, a asentar lo aprendido y a ordenar los sentimientos. Porque Puerto Esperanza te abre los poros, despeja las fosas y aviva el cerebro. Te engancha, te da ganas de seguir viviendo y bebiendo de ese mundo, tan lejano y tan cercano, tan suyo y tan tuyo. La Camorra facilitó esa mezcla de mundos y de culturas, enriqueciendo la vida de la comunidad porteña,  y  egoístamente,  la  de  diez  españoles  que, igualmente,  se  mezclaron  en  mi  vida maravillosamente.  Nos mezclamos con la Camorra y con Puerto Esperanza. Basta con abrir los ojos para que el mundo  se  vuelva  sol  y  mar  y  framboyán.

Puerto Esperanza, Cuba

Te  despiertas  y  se  despierta  tu  curiosidad. Inconscientemente, empiezas a olvidar. A olvidar el móvil, la televisión, el tiempo y el reloj.  Pero sobre todo, empiezas a aprender. Aprender muchas cosas suyas, pero también mías, y también nuestras.  Aprender a hacer salmorejo, jugo de mango, coca de trompó y arroz congrí. Aprender (o intentarlo) a bailar salsa, chotis, reggaetón y  ball de bot.  Aprender que el mejor regalo es una conversación, un paseo, un chapuzón en el muelle, un cuento o un ratito de buceo. Que la lluvia puede ser el mejor aliado para un baño en el río.  Que las cosas más importantes no son cosas.  Los  días  son  claros,  resplandecientes  y  alegres.  Llenos  de  colibrís,  margaritas,  abanicos, debates, pintura, historias de cangrejos y burros. Maquillajes, perros, Bella y Osito. Pensar y soñar, bailar y cantar.  Todo eso es La Camorra. Y también es simbiosis. Fuimos los mosquitos alimentados por sangre cubana,  esperando  dejar  algún  picotazo  significativo  en  la  comunidad  cubana.    Pero  por encima de todo, la Camorra es Cuba.

Cuba no es solo un país: es un sentimiento, una identidad, una forma de caminar, mecerse y ver la vida. Es música, baile, sonrisas y teatro. Es naturaleza, tabaco, frutas y esencia.  Y además, es un cielo precioso. En la gala por el 26J Silvio me cantó que “Hay que quemar el cielo si es preciso por vivir”. Y, paradójicamente, el cielo de Puerto Esperanza se quemó. Todos lo vimos y lo vivimos, por unos instantes: se iluminó mágicamente, fue un espectáculo que dejó cenizas eternas en nuestros corazones. Y seguimos nosotros, y siguen los cubanos, quemando y viviendo.

Una semana después aún sueño con aquel momento.

Susana.

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