RIDEV ha llegado sana y salva al fuerte de AIPC Pandora en la ciudad de Bamako. En su largo viaje por varias ciudades la recibieron a las 3 de la mañana con calidez multitud de habitantes despiertos y trabajando en plena noche. Le costó descansar en su camastro con mosquitera porque la humedad del ambiente la rodeaba. Al despertar por la mañana, conoció al equipo de trabajo que se encontraba allí, y que, muy amablemente, le preparó el desayuno y se ofreció a acompañarla en su primer contacto con la sociedad maliense. Gente muy amable y con el encanto exótico africano; desplazándose por la ciudad motorizados, en carros tirados por borricos, cargando bultos encima de sus cabezas y todo en un mismo caos circulatorio donde impera la ley del más fuerte sin ningún rencor encontrado.
La comida, en el restaurante de su futura amiga Adela*, que no pudo conocer en esta ocasión, disfrutó de un plato típico de arroz condimentado, pescado y verduras aderezados con una mostaza picante y unas hierbas agridulces dignas de las mejores cocinas. Todo es regado con un bebedizo a base de ginseng que suavizaba su picor y que, en vez de energizarla, la llenó de un sopor tal que no pudo reprimir su siesta. Aún atontada al despertar, decidió descubrir su nuevo barrio, lleno de embajadas y huertos urbanos, grandes coches y carros tirados por burros, hombres sentados en el umbral de los negocios, puestos de fruta, de botellas de plástico con gasolina, de ruedas de bicicleta, suelos de barro rojo y una única plaza empedrada donde pudo disfrutar de la terraza de un bar. En ella, una jauría de mosquitos hacía engordar a ratones calvos con alas a cada vuelo rasante, zampándoselos sin dar a basto y a mandíbula batiente. Terminado ese momento de descanso, cenó en el restaurante de Adela, y decidió irse a acostar.
