Es invierno en Nairobi, dicen que estos meses son los más fríos del año, aunque es curioso porque cada día parece que se enlazan todas las estaciones. Es invierno y anochece pronto, las nubes y el viento fresco se adueñan de la atmósfera que compartimos los trece que hemos emprendido el viaje juntos; sin embargo, el cielo nunca llega a estar completamente oscuro, es como si se quedara a medias, como si la luz no se fuera del todo para no dejar a una de las capitales más importantes de África en plena penumbra.
Felices días del nuevo comienzoLlevamos algo más de una semana y parece que poco a poco todos nos vamos acostumbrando al ritmo africano. Después de varias jornadas con los maravillosos niños del centro puedo asegurar que los primeros descubrimientos sobre nuestra reciente actualidad han venido de sus manos. Cada día nos esperan ansiosos y nos reciben con abrazos que nosotros correspondemos sonrientes, no son demasiados pero sí muy especiales, son completamente heterogéneos pero todos nos sorprenden con su brillo y su incesante energía. Valiéndose de signos, pues la mayoría hablan swahili pero no inglés, demandan nuestra atención y nuestro cariño. Y ya está, eso es todo lo que quieren de nosotros, algo que nos choca y en ocasiones nos estresa pues seguimos pensando en cómo podemos ayudarles más y más, aunque a veces la ayuda más preciada consiste en cogerles a burro, jugar al futbol o enseñarles canciones en un idioma ininteligible para ellos aunque capaz de captar su atención.
Gran parte de nuestro tiempo en el centro lo pasamos con los niños discapacitados. En el último contenedor de la parte izquierda los concentran a todos ellos, la mayoría bastante afectados por su enfermedad acuden para ser estimulados por los profesionales y quizás, en algún momento, poder entrar en el sistema normal de enseñanza. La tarea de las dos o tres profesoras que se ocupan de ellos es realmente admirable. Muy agradecidas con nuestro apoyo nos enseñan cómo tratarles, cómo darles de comer y mantenerles un rato entretenidos. No vamos a negar que a veces es un poco duro adentrarse en su rutina pero sí aseguro que siempre es enriquecedor ver cómo mejoras su día aunque sólo sea un poquito. Y es así como día a día nos enseñan cómo la discapacidad se convierte en una oportunidad: para crecer, para aprender a ver la vida de una manera más pura y para reflexionar sobre nuestras propias limitaciones (¡que no son pocas!).