Quienes hayan visto ya la miniserie “Adolescencia”, estrenada recientemente en Netflix, probablemente hayan sentido un nudo en el estómago. Se trata de una serie que nos empuja a mirarnos al espejo y analizar la influencia que están ejerciendo las redes sociales en la vida de los adolescentes. A través del seguimiento del caso de Jamie Miller, un adolescente de 13 años acusado de asesinar a sangre fría a una compañera de clase, “Adolescencia” nos sumerge en un mundo tan cercano como desconocido: la vida de nuestros propios hijos e hijas. Las redes sociales, más allá de ser un simple canal de comunicación, se han convertido en un espacio incontrolado que condiciona, moldea, y en algunos casos, produce heridas profundas en la salud mental de los adolescentes.
Para quienes educamos, acompañamos o trabajamos con adolescentes -ya sea desde el rol de madres, padres, profesorado, ONG, empresas, entidades sociales o instituciones-, la serie nos enfrenta de bruces con una verdad difícil de asumir: algo que no podemos controlar. Y no basta con señalar a los jóvenes por su aparente adicción a las pantallas. Hay una responsabilidad colectiva que no podemos seguir esquivando.
Padres y madres ante una adolescencia en crisis
Uno de los efectos más rotundos de “Adolescencia” es el impacto emocional que produce en los padres y madres que la ven. Porque a lo que asistimos en un primer momento, no es a la exposición de «casos extremos» o «estadísticas alarmistas”. Los protagonistas son adolescentes reales, de carne y hueso, como los que tenemos en casa, en clase o en nuestros proyectos. Al menos, así lo parece. De hecho, la serie, aunque no se basa en un caso real, sí se inspira en varios incidentes de violencia juvenil documentados en el Reino Unido. Sus creadores, Jack Thorne y Stephen Graham (que también es actor e interpreta al padre de Jamie), han declarado que se sintieron profundamente impactados por diversas noticias protagonizadas por adolescentes implicados en actos de violencia.
“Adolescencia” retrata a chicos y chicas que sufren por no encajar en los moldes de belleza que dictan Instagram o TikTok, que sufren ansiedad por el número de likes o que temen quedarse fuera de un grupo de WhatsApp, que son víctimas de odio, bullying o acoso sexual a través de las redes.
Para muchas familias, esta serie ha supuesto una terrible sacudida. Pero también puede ser un aviso a tiempo. Una oportunidad para abrir los ojos y reconocer que las redes sociales no son neutras. Ejercen un impacto real, profundo y a veces devastador en el bienestar emocional de nuestros hijos e hijas. Pero “Adolescencia” también nos deja una pregunta incómoda: ¿cómo debemos acompañar a nuestros adolescentes dentro de un mundo digital que apenas entendemos?
Más allá del control: educar, escuchar, conectar
No se trata solo de poner límites o controles parentales, aunque puedan tratarse de herramientas muy útiles. Se trata de adentrarnos en un mundo desconocido para intentar entender qué piensan y sienten los adolescentes cuando se conectan. ¿De qué forma las redes afectan a su identidad, su autoestima, sus vínculos y sus emociones? Se trata, en definitiva, de estar presentes para guiarles dentro de un espacio lleno de incertidumbres.
Porque muchas veces el problema no solo reside en el contenido que consumen. El riesgo más peligroso se encuentra en el silencio de los adultos que les rodean. Necesitamos generar espacios de diálogo auténticos, sin juicio, donde los adolescentes puedan expresar lo que sienten, cuestionar lo que ven, y entender que no están solos ni solas. Y para eso, los padres y educadores necesitamos aprender, informarnos, revisar nuestras propias prácticas digitales y preguntarnos qué ejemplo les estamos dando.
Una responsabilidad compartida
La serie también pone el foco en un tema que desde AIPC Pandora llevamos años defendiendo: la transformación social requiere la implicación de todos los actores. No podemos dejar la salud mental de la adolescencia solo en manos de las familias o los colegios. Las plataformas digitales, las empresas tecnológicas, los gobiernos, los medios de comunicación, el mundo empresarial, todos tenemos una enorme responsabilidad en la construcción de un entorno más seguro, ético y humano para los adolescentes.
¿Por qué los algoritmos de las grandes plataformas como Instagram, TikTok o X premian los discursos de odio? ¿Y hasta qué punto estarían dispuestas a cambiar sus algoritmos si eso puede reducir sus beneficios? ¿Por qué no se invierten más recursos en educación emocional y digital desde edades tempranas? ¿Hay que endurecer las leyes para proteger a los menores en internet? ¿Qué papel juegan los referentes públicos, influencers y marcas en la creación de modelos inalcanzables?
Son preguntas que incomodan, pero que debemos formularnos si queremos dejar de ser meros espectadores de una crisis que se acentúa peligrosamente.
Además, cada año vemos como los jóvenes se hacen y expresan estas preguntas continuamente, proyectos como Ford Impulsando Sueños, que pone a los jóvenes a pensar para desarrollar sus propios proyectos, nos muestra como la tecnología, la salud mental y la integración social son los temas que mas preocupan a los jóvenes.
Acompañar para transformar
Desde AIPC Pandora trabajamos con adolescentes desde una mirada crítica, comprometida y transformadora. Nuestros programas de educación global, voluntariado internacional y ciudadanía activa no solo buscan que los jóvenes descubran otras realidades, sino que aprendan a mirarse y mirar el mundo desde el pensamiento crítico, la empatía y el compromiso.
La serie “Adolescencia” nos recuerda que necesitamos crear entornos donde nuestros chicos y chicas puedan madurar sin tener que ocultarse, compararse o sobrevivir a diario en una red que ni mucho menos fue diseñada para su bienestar emocional. Los adolescentes necesitan referentes que les escuchen, les orienten y les respeten. Necesitan adultos presentes, valientes y dispuestos a cuestionar el statu quo.
No se trata de desconectarlos del mundo digital. Se trata de conectar con ellos en el mundo real. Y eso sí depende de nosotros.