Coronavirus: una oportunidad para reinventar el mundo

El coronavirus viene a recordarnos nuestra fragilidad como sociedad, como civilización y como especie. Son días de incertidumbre y de confusión, pero cuando nos vayamos aproximando al final del túnel y vislumbremos las primeras señales de esperanza, cuando veamos que la maldita curva empieza a bajar, deberíamos comenzar a diseñar la reconstrucción.

 

Por mucho que nos obsesione el control y creamos que los seres humanos podemos prever cualquier situación, siempre hay que esperar lo inesperado. El coronavirus viene a recordarnos nuestra fragilidad como sociedad, como civilización y como especie. Son días de incertidumbre y de confusión, pero cuando nos vayamos aproximando al final del túnel y vislumbremos las primeras señales de esperanza, cuando veamos que la maldita curva empieza a bajar, deberíamos comenzar a diseñar la reconstrucción. Será un momento donde necesitaremos líderes éticos y responsables, nuevas ideas que sustituyan a unos modelos que parecen definitivamente agotados, y nuevos movimientos sociales que dignifiquen la vida política y económica.

Detrás del coronavirus se esconde una oportunidad histórica

El coronavirus ha destapado una realidad incuestionable, una verdad incómoda. Nuestra civilización avanzaba de forma inconsciente hacia un destino incierto, peligroso, autodestructivo. Pero quizás aún no sea demasiado tarde.

Hasta hace unos días todos estábamos muy ocupados atendiendo asuntos que considerábamos ineludibles. Sin plantearnos en muchos casos si nuestro comportamiento era el más adecuado o si nuestros hábitos eran los más recomendables. Ni de qué manera nuestras decisiones y acciones pudieran estar afectando a los demás o al planeta. Estábamos todos tan ocupados… Y así han ido pasado los días, las semanas y los años.

Ahora la desaparición repentina de nuestras rutinas nos ha obligado a enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestro fragilidad, a nuestra soledad. Sin el escudo reparador de la cotidianidad, el miedo ha llamado de repente a nuestra puerta. Y ahora se amontonan las preguntas. ¿Es éste el mundo que queremos para nuestros hijos? ¿Es ésta la sociedad de la que deseamos forma parte? ¿Y qué medidas podemos acometer para crear un mundo más justo, más seguro y más solidario?

Es el momento de ser valientes. Y no sólo para enfrentarnos al coronavirus, sino para construir el mundo en el que queremos vivir. Para tomar las decisiones que nos permitan proteger a los más vulnerables, empoderar a los brillantes, impulsar a los responsables, aislar a los deshonestos, apoyar a los justos y señalar a los mezquinos. Es el momento de llamar a las cosas por su nombre, de desterrar las tibiezas, de no tolerar ni una injusticia y de ser implacables con los corruptos y los zafios.

 

Es el momento de despertar y de llamar a las cosas por su nombre

Decía Victor Frankl “las circunstancias externas pueden despojarnos de todo, menos de una cosa: la libertad de elegir cómo responder a esas circunstancias”. No desaprovechemos la gran oportunidad que se esconde al otro lado de esta pandemia. Demos un paso al frente para crear un mundo nuevo y mejor, cada uno desde nuestro ámbito, sin escatimar recursos ni ilusión.

Quizás nuestro mayor error en estas últimas décadas haya sido situar la economía en el centro de todas nuestras actividades, por encima de las necesidades del ser humano. Esa decisión ha ido configurando una sociedad que ha permitido, sin grandes obstáculos, que la sanidad, la educación o la cultura se hayan convertido en privilegios para muchas personas de todo el mundo. En esta civilización hiperconectada y globalizada, paradójicamente la falta de empatía se ha extendido de forma alarmante.

Despertemos. Situemos a personas buenas, responsables, y comprometidas en los puestos de máxima responsabilidad. Aprovechemos esta oportunidad que nos brinda el destino para entender el propósito de nuestro paso por el mundo. Pongamos las instituciones al servicio de nuestros sueños. Confiemos en los jóvenes, en su talento, en su energía desbordante, en su alegría. Abramos las ventanas a un mundo nuevo, trabajemos juntos por una sociedad donde el dinero sea una herramienta para hacernos felices y no una colección de números en manos de una minoría de desalmados. No potenciemos la codicia desde las escuelas ni la ignorancia desde los medios de comunicación. Valoremos el aire que respiramos más que una prima de riesgo, los paseos por el parque más que el índice Dow Jones, y los abrazos más que el PIB. El planeta nos está avisando y más nos vale escucharle.

 

 

Cuando hayamos superado la crisis del coronavirus y los días que estamos viviendo empiecen a diluirse en el tiempo, deberíamos enfocarnos en lo que realmente importa. Recuperemos esos valores esenciales que nos han convertido en una especie única, extraordinaria, capaz de las mayores proezas. Y llenemos las calles de música. Bailemos aunque estemos solos. No perdamos ni un segundo para abrazar a los que nos rodean. No escatimemos ni un beso. Ni un te quiero. Y volvamos a disfrutar lo cotidiano porque ahora sabemos que es excepcional.

Carl Jung escribió: “el ser humano está preparado para afrontar cualquier situación. Incluso la más adversa, siempre y cuando comprenda cuál es el sentido de lo que le sucede”. Escuchemos a nuestro corazón, aprendamos de nuestra experiencia y reinventemos el mundo. Los delfines y los cisnes ya han regresado a los canales de Venecia y los pájaros han vuelto a cantar por las calles de Wuhan.

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