Por mentira que parezca, Séyô ha madrugado hoy más que si estuviera en su ciudad. Se levantó a las 6h30 para ir a correr por los tiempos de tierra roja (en bambara, «dougou colo blema»).
Necesitaba un poco de actividad deportiva para relajar emociones. Eso fue antes de descubrir lo que le esperaba. Se dio una ducha rápida con regadera antes de desayunar, porque la recibirían en la escuela para limpiarla antes de pintar. Al llegar, le dieron una azada pequeña («taba») que fabrican en la herrería de la aldea, para quitar, junto a un ejército de niños, las malas hierbas del patio. Resultado tras dos horas al sol y el calor húmedo de Malí: doce ampollas en las manos, dolor de lumbago, quince o veinte nuevas palabras en bambara, tierra hasta en el ombligo, y un millón de sonrisas de sus nuevos amigos, que se empujaban por estar a su lado. Cuando el sol apretaba estaba agotada y, por la salud de los niños, tomaron un descanso. Séyô se sentó en el suelo frente a una niña que dibujaba en la arena. Le dibujó un corazón y la niña dijo «disi». Así, rodeándola decenas de chiquillos, Séyô dibujaba en el suelo, los niños lo nombraban en bambara, y ella en francés. Después correteó con otro grupo persiguiendo una pelota, intentando parecer fútbol, igual que cualquier patio de colegio de España. Visitó las amplias aulas con Nandi. Tenían paredes desnudas y pupitres – mesa.
Nada más comer regresó al colegio, donde los pequeños habían preparado tarde de espectáculo. Una obra de teatro en bambara muy divertida, que entendió perfectamente: el padre de una niña no quería que ella fuera a la escuela, aunque ella sí quería. Maltrataba a sus mujeres cuando trataban de convencerle. Acabó entrando en prisión por todo ello. Solo cuando se arrepintió y dejó estudiar a la niña pudo salir de la cárcel. Una segunda función consistió en un baile de los niños al ritmo de un djembé roto, una lata y un bote de plástico, que golpeaban con palos.
Fue divertidísimo, pero para terminar su agotamiento, jugó al fútbol con los mayores que, pese a ser 40 centímetros más altos, atléticos y jóvenes, la trataban con mucho respeto. Hizo un buen papel de tubabu. Ahora, tras una ducha relajante, ropa limpia, y habiendo anochecido, disfruta de una cerveza observando la gran luna llena que ilumina esta tierra de ensueño.