Marta: «El Microproyecto de Ecuador fue experiencia de conocimiento personal, chequeo de estereotipos y propios afrontamientos»

El verano de 2010 viajé con AIPC Pandora, al Microproyecto de Ecuador realizado en Saraguro (sur de Ecuador, región de Loja) en colaboración con la asociación local Kawsay. Elegí este destino por la población a la que iba dirigida (infancia), en un entorno de misma o parecida lengua (tenía 17 años y no dominaba del todo el inglés) y porque la cultura local me atraía, así como el entorno rural en el que se desarrollaba la estancia.

Microproyecto de Ecuador

La actividad principal que desarrollamos fue un campamento o colonia de verano de ocio saludable con los niños de las aldeas cercanas a la ciudad, en una escuela vacía, así como ciertas clases de inglés divididas por grupos de edad. Las actividades de la colonia eran variadas: deportes, gymkanas, manualidades, observación y conocimiento de la naturaleza propia de la zona y una salida de fin de semana a una zona de río. A su vez, una actividad menos explícita pero muy presente en el proyecto fue la convivencia con las familias que nos acogieron a cada 2/3 voluntarios del grupo.

Lo que más me gustó fue el proceso de relación vivido con las personas que allí vivían (niños asistentes al campamento, sus familias, y algunos voluntarios de la organización local). Esto junto con el constante contacto con la naturaleza y el vivir en un entorno rural con naturaleza tan exuberante son los recuerdos o sensaciones que más permanecen pasados los años.

Participar en aquella experiencia ha significado un «abrir las puertas» de la percepción hacia lo desconocido, pero no tan diferente a lo cotidiano. Buscar el nexo en lo humano más allá de lo aparentemente ajeno. Fue una toma de conciencia acerca de las formas de vida o rutina de unas personas en un entorno cultural y social diferente. A su vez, fue una gran oportunidad para ampliar la confianza en la naturaleza humana y su capacidad de encuentro y crecimiento en el compartir. Esta estancia también supuso una experiencia de conocimiento personal, chequeo de estereotipos y propios recursos y afrontamientos.

Lo que más me impactó fue el proceso vivido a nivel grupal y personal. Es cierto que hubo ciertos momentos de tensión dentro del grupo de voluntarios, pero esto responde a la naturaleza de todo grupo humano y sin duda es otra oportunidad. El reconocer las diferencias, presentarlas y aceptarlas fue un gran hito de crecimiento grupal y personal.

Las dificultades encontradas en ese año, que fueron descritas y evaluadas a la llegada parecen haber sido resueltas en los siguientes años de proyecto, según me han informado voluntarios de otros años, así que me impacta que el proyecto haya avanzado y evolucionado hacia un mejor funcionamiento y respuesta a la realidad concreta de Saraguro.

El viaje cambió, en cierta manera, mi forma de ver el mundo. Pasó de ser mirado como un ente estático y determinado, a una realidad dinámica, conformada por muchas partes poseedoras de muchos tipos diferentes de poder, entre las cuales nos encontramos cada uno de sus ciudadanos que tienen mucho que ver, observar, proponer y actuar. Pasó a ser un lugar en continua evolución y posibilidad de cambio.

Un viaje como éste sí lo recomendaría. Aunque puede generar miedos e inseguridades en un inicio, siempre es una oportunidad para abrir canales de encuentro con uno mismo y los otros, choque de expectativas que invita al crecimiento y contacto o reconocimiento con una libertad personal para observar, juzgar y actuar, muchas veces olvidada por el entorno aparentemente «definido» en el que desarrollamos nuestro día a día.

Marta Carnevali

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